El proyecto
Eso no sucedió sólo aquella vez y porque fuera gente mayor, sino que es algo que se repite a menudo entre la gente que viaja. Una vez, viviendo ya en Tailandia, recibí un mensaje de un chico que me pedía recomendaciones de lugares para visitar ya que iba a recorrer el país con su pareja. Cuando se acabó el viaje, les pregunté qué tal había ido y me dijeron que habían quedado encantados, pero cuando mencioné la comida me sorprendió que sólo hubieran comido platos locales en tres o cuatro ocasiones.
De hecho, aunque me avergüenza un poco reconocerlo, en uno de mis primeros viajes a Tailandia, escondí un paquete de jamón de bellota en mi mochila. Llevar comida fuera de la Unión Europea está prohibido así que lo escondí muy bien. Mi madre me insistió para que me lo llevara, casi como una medicina, “por si echas de menos la comida de aquí”. El hecho es que lo escondí tan bien que me olvidé por completo que lo tenía, hasta que lo descubrí a la vuelta. El pobre jamón se había paseado por todo el país sin ser degustado y volvió a España hecho unos zorros…
En China y Tailandia el saludo coloquial más extendido es “¿has comido ya?” y es que la comida genera muchas de nuestras conversaciones. Comer, de hecho, es una de nuestras necesidades más básicas y la cocina como tal es una de las actividades que nos define como seres culturales. Hace millones de años, el descubrimiento y la domesticación del fuego permitió no sólo calentar y alejar a posibles depredadores sino también cocinar los alimentos crudos. Así, las personas en lugar de devorar los alimentos cazados o recolectados en solitario se tenían que reunir alrededor del fuego, un lugar común, para compartir ese momento en sociedad.
De esta forma, se une una necesidad básica humana con una estructura social y cultural, creando horas de comer más o menos específicas, placeres, responsabilidades, y vínculos sociales. Cocinar también permitió comer alimentos que de otra forma serían venenosos o demasiado difíciles de ingerir así que la dieta humana se diversificó suponiendo un mayor rendimiento para los humanos.
Cada territorio tiene su cocina, sus alimentos principales, sus especias, sus grasas preferidas para cocinar, sus granos… Cada territorio, e ¡incluso cada casa! tiene una serie de platos que considera suyos, que lo definen y lo separan de los otros. La gastronomía es tan rica y variada que es capaz de delimitarse a ciertas zonas, aunque continentes enteros hagan uso de un mismo ingrediente. Así hay infinidad de libros de recetas en los que se encuentran platillos españoles, italianos, japoneses, mexicanos, tailandeses, indios… Incluso los hay de más especializados en los que te ilustran la gastronomía de una región específica. Un catalán se puede enorgullecer de comer pà amb tomàquet , un hongkonés de comer dim sum con su te y un poblano de que el mole haya nacido en su territorio.
¿Pero es eso real? ¿Sabemos realmente qué es lo que tanto admiramos como nuestro, como nacional?
Probablemente un italiano orgulloso de su pasta al sugo (pasta con salsa de tomate) exclamaría como mínimo un “Mamma mia!” si supiera que la pasta es un invento asiático que sólo llego a Europa en el siglo XII d.C., y para hacer la salsa de tomate se necesitarían tomates, por supuesto, que llegaron al Viejo Continente a partir del siglo XVII cuando los colonizadores españoles los trajeron desde México, de dónde son originarios.
Los platos que consideramos “tradicionales” o “nacionales” tienen una historia de descubrimientos, comercio, guerras e incluso esclavitud. Desde la invención de la agricultura, hace unos 10.000 años, los alimentos se han trasladado de sus lugares de origen hasta distancias tan largas como otros continentes. Conociendo un poco la historia de lo que comemos podemos ver que no hay nada tan nuestro ni nada tan ajeno. La cebolla con la que hacemos un buen sofrito en España es la misma especie que usan en la India, Senegal, Perú y Noruega.
Alguien dijo que viajando se curan los nacionalismos, y hoy más que nunca, la humanidad está sedienta de antídoto. Comer es sin duda una forma de viaje, por la historia y por los territorios, así que os invito a que descubráis qué es lo que comemos y a que estéis abiertos a las sorpresas.